lunes, 19 de octubre de 2009

Nadie en su sano juicio se subiría a esas alturas para reparar las fallas eléctricas


Jubilación a los 28 años de servicio compensó la labor de alto riesgo de trabajadores en LFC
Nadie en su sano juicio se subiría a esas alturas para reparar las fallas eléctricas
Una vez arriba tenemos que actuar como siameses, como en un ballet, asegura Raúl Islas

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La reparación de fallas eléctricas en las líneas aéreas, por su peligrosidad, requiere de todo un ritualFoto Marco Peláez
Blanche Petrich

Los trabajadores de líneas aéreas de Luz y Fuerza del Centro, que a diario reciben llamadas para reparar fallas en los postes de luz, saben que cada vez que se suben a las canastillas de las llamadas jirafas (la grúa hidráulica que asciende hasta donde están los herrajes del cableado eléctrico) se juegan la vida. Por eso, explica Raúl Islas, electricista que realizó esas tareas con cables de alta tensión (líneas vivas) durante seis de los 28 años de su vida laboral, antes de subir los técnicos realizan una especie de ritual.

Mientras el ayudante revisa la caja de herramientas y el tablero de aparatos eléctricos, ellos se visten: primero el traje con mangas de látex y luego los guantes, un par de algodón para absorber el sudor, un par de látex aislante y por último un par de cuero. Por último el casco. En un ejercicio de preparación física y mental, se concentran y repasan la maniobra completa, los tiempos y los pasos del procedimiento. Una vez arriba, tendremos que actuar como siameses, como en un ballet. Por último, algo no autorizado pero usual: un trancazo de alcohol, el que sea, para templar los nervios.

Nieto e hijo de electricista y hermano mayor de una familia muy numerosa, Islas desertó de la escuela y entró a laborar a los 16 años directamente a la Gerencia de Transmisión y Distribución, con un permiso especial de la Secretaría del Trabajo, por ser menor de edad. Era 1974. El área de líneas aéreas estaba en expansión porque la empresa había entrado a un proceso de crecimiento acelerado. Éramos unos 100 obreros con salarios decorosos. Yo empecé en el nivel más bajo del escalafón, aprendí de todo, desde cómo amarrar una escalera. Terminé como instructor.

En 1977 se emite el decreto de liquidación, y Luz y Fuerza del Centro mete freno a su plan de crecimiento, deja sin cumplir la ampliación de servicios y la atención del departamento de quejas y abandona la planta industrial, incluso en el centro de trabajo de Salónica (por avenida Cuitláhuac y Camarones), donde se había echado a andar una unidad modelo de producción integrada.

“Fuimos incapaces de cumplir con las expectativas. Al principio, cuando se reportaba una falla eléctrica en un domicilio, se acudía y reparaba el daño en 20 minutos. Después de 1977 lo común es que la atención a la queja se pospusiera al menos un día.

“Por ejemplo, si se reportaba un corte de luz por el sobrecalentamiento del cable trifásico –algo que suele ocurrir cuando hay colgados de las líneas– íbamos a revisar, pero no podíamos reponer el tramo completo de cable quemado. Había que esperar a que Comisión Federal de Electricidad nos mandara los rollos. Y la administración nunca dio la cara, nunca explicó al público los motivos de nuestras demoras.”

Islas cuenta que incluso para subsanar las grandes carencias, por iniciativa de los trabajadores se instalaron fuera de contrato talleres de carpintería, herrería y mecánica. Sólo así lográbamos acondicionar camionetas de más de 30 años y disponer de materiales, aunque hechizos.

El costo humano

Lo que estos técnicos suelen hacer para agilizar la maniobra de reparación es trabajar con líneas vivas. Nos reportan un poste derribado con un choque. Primero acudimos con equipo para proteger la línea, se quita el poste dañado y se instala uno nuevo. Todo se hace sin cortar la luz. Hay que trabajar con mucho respeto a la línea viva, pero dominando el miedo. Cuando se agarra firmemente se siente la vibración y se escucha el zumbido. Además está el riesgo de la altura. Hay expertos en seguridad del trabajo que aseguran que nadie en su sano juicio se subiría a esas alturas con ese peligro, con frío o calor, a veces con viento. Nunca con lluvia. Esa acción se realiza en promedio dos veces al día.

Claro, cuando la pareja vuelve a suelo firme, para recuperar el aliento se empina el resto de la botella. Los riesgos y secuelas en la salud del trabajador están documentados: insomnio, trastornos digestivos, caída de cabello, temblor de manos y algo que en un medio tan machista como el nuestro no se suele admitir: disfunción eréctil. Además, en algunos casos, alcoholismo. Islas, a quien apodan El bombón, se quita su inseparable boina. En efecto, presenta una mata de cabello muy mermada.

También el número de accidentes fue muy alto, sobre todo después de 1977, cuando se trabajó con mucha presión. “Yo presencié –medita unos momentos en los que se ve que recuerdos muy dolorosos llegan a su memoria– al menos 25, 10 de ellos mortales, compañeros muertos. Otros con mutilaciones muy severas. Y todo esto por un salario de 100 pesos al día, en aquellos tiempos.” Con los años la empresa fue corrigiendo errores y abatiendo este costo letal.

Por eso el SME negoció la cláusula que permite a los trabajadores que laboran con riesgo eléctrico jubilarse a los 28 años y no a los 30. Es nuestro único privilegio.

Así, en 2001, Islas, que tenía apenas tenía 44 años, se vio entre las filas de los jubilados. En general, reconoce, industrias como éstas procuran emplear gente muy joven, de entre 18 y 20 años en promedio. Acumular experiencia suficiente para operar líneas aéreas o subterráneas requiere al menos 15 años de entrenamiento y capacitación práctica. Alguien que entra a los 30 años está listo para subir a las jirafas a los 45. Lógicamente ya no tiene la misma fuerza y reflejos que un joven de 25, aunque tenga muchos conocimientos. De modo que el privilegio de la jubilación temprana no lo es tanto.

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