lunes, 7 de junio de 2010

El SNI: entre el saber y el poder

Hugo Casanova Cardiel

Una de las grandes paradojas del saber y sus instituciones es que las decisiones que se toman sobre éstos, llegan a responder a criterios en los que prevalece la intuición y la razón política y que, con más frecuencia de lo que podría suponerse, desbordan las razones del propio saber.

Es el caso del Sistema Nacional de Investigadores en julio de 1984, cuya creación, referida ya varias veces por sus promotores iniciales Jorge Flores, Salvador Malo y José Sarukhán entre otros, descansa en la voluntad política de dos personajes singulares: Jesús Reyes Heroles y Miguel de la Madrid quienes, desde la titularidad de la SEP y la Presidencia de la República, impulsaron una salida al grave problema del deterioro económico de los salarios de los académicos en México. Dicho problema, cabe recordar, no había surgido de manera fortuita: entre sus principales fuentes se encontraban las políticas que en materia económica había asumido el propio régimen delamadridista. Con los años se comprobaría que dichas políticas constituían la plataforma de la incierta modernización vivida en las décadas siguientes.

Así, el SNI quedó instituido como la principal respuesta gubernamental de los ochenta para atender la problemática de sobrevivencia de la comunidad científica en el país, pero también en piedra angular de la política científica de las décadas subsecuentes. Es decir, una estrategia de atención urgente se convirtió en uno de los elementos básicos del andamiaje institucional de la política científica. Sin embargo, no podría sostenerse que aquella entidad, fundada al fragor de la crisis económica de los ochenta, hubiera permanecido inmutable hasta nuestros días. Desde su fundación en 1984, el SNI vivió diversas reformas y adecuaciones normativas –como las de 1986, 1988, 1993 y 1995– en las que fue consolidando su papel como organismo nacional encargado de “fortalecer y estimular la eficiencia y calidad de la investigación en cualquiera de sus ramas y especialidades”.

El mecanismo para lograr ese propósito y otros –como el fomento al desarrollo científico y tecnológico del país y el incremento del número de investigadores– estuvo fundado, como es sabido, en el establecimiento de un esquema de evaluación a los individuos y en la asignación diferenciada de un monto que reconocía en metálico su trabajo académico. En breve, la promoción del trabajo académico de las instituciones se veía desplazada por una modalidad que, privilegiando las formas individuales de producción académica, reconocía a los sujetos sus contribuciones específicas asignándoles un valor económico. Tal esquema, que apelaba a ideas como la evaluación por pares, el pago por méritos, la deshomologación de ingresos, la racionalización del trabajo académico, la incorporación de criterios de calidad y productividad, entre otros, devino en una suerte de modelo al cual se fueron adaptando, de manera progresiva, las principales instituciones académicas del país.



Foto: Ernesto Lehn

A lo largo de los años, sin embargo, los análisis y críticas al modelo definido por el SNI no escasearon y, además de los cuestionamientos de quienes no formaban parte del propio sistema, la comunidad de investigadores nacionales multiplicó sus reservas ante los muy discretos resultados del SNI en la promoción de la investigación científica nacional y en su escasa presencia dentro del concierto científico internacional.

Así, aunque se reconocía que con el sistema se avanzaba en la promoción de criterios más estrictos para el trabajo académico, y como en una más clara vocación internacional de la investigación generada en México, también se señalaban, de muy diversas maneras, sus límites. Entre éstos se incluían los diferentes criterios de los evaluadores y la discrecionalidad de algunos de ellos; la preeminencia otorgada a los resultados de investigación dejando de lado la complejidad de sus procesos; la excesiva formalización de la evaluación; y por supuesto, la orientación del SNI a favor del trabajo individual de los académicos, así como el desdeño a la docencia.

El Congreso del sni y la vinculación social de la investigación

La realización del I Congreso de los Miembros del SNI, celebrado la primera semana de mayo de 2010 en Querétaro, plantearía una vez más la importancia de activar el debate sobre un tema crecientemente ubicado en la arena de la política y apenas atendido desde el ámbito académico. Los temas definidos para el congreso se situaron en torno a cinco ejes: los investigadores y la problemática social del país (vinculación entre academia y realidad social); los investigadores y la generación del conocimiento (evaluación, formación y movilidad); los investigadores y la aplicación del conocimiento; los investigadores y la transmisión del conocimiento (docencia y divulgación); el papel del SNI en las estrategias de política científica y tecnológica. Sobre el primero de estos temas: la vinculación social de la investigación, se presentan a continuación algunos factores críticos que buscan sumarse a las consideraciones acerca del futuro de la investigación en México.

La investigación y el todo social

Hasta ahora se ha insistido en la desvinculación de la investigación y sus instituciones ante el mundo productivo y empresarial. Se sostiene que el conocimiento no está respondiendo a las señales del mundo del trabajo y de la producción. Sin embargo, tal desarticulación, cuyos rasgos habría que discutir con mayor detenimiento, no puede limitarse a la mera producción industrial y abarca territorios sociales mucho más complejos. Desde esta perspectiva, el conocimiento científico tendría que vincularse en una dimensión integral ante el todo social. Por ejemplo, ante el sector educativo (en todas sus modalidades y niveles), ante el sector laboral y sector productivo (en sus variadas manifestaciones), ante el sector gubernamental y político (en sus diversos órdenes) y ante el sector cultural (difusión científica). La vinculación social de la investigación tampoco puede abstraerse de las dimensiones de desigualdad e inequidad que prevalecen en México y, si bien es cierto que el conocimiento no puede contender con problemas que rebasan su ámbito de acción, también es cierto que no los puede ignorar. En suma, el tema de la investigación en México está demandando un profundo ejercicio que pondere la complejidad de sus articulaciones sociales.

Las múltiples agendas del conocimiento: ¿Qué se investiga?

Uno de los temas que suelen aparecer en las discusiones sobre la configuración institucional del conocimiento es el relativo a las agendas de investigación. ¿Qué es lo que otorga los atributos de pertinencia y prioridad a unos temas mientras a otros se les niega? ¿Quién decide sobre esos atributos? Las respuestas no son fáciles. Desde los diversos órdenes del poder surgen posiciones que llegan a expresar lo que ha de investigarse, y en ocasiones extremas, cómo ha de investigarse. También, desde los espacios de gestión institucional –los rectorados o las oficinas de dirección– suelen definirse líneas, temas y proyectos que orientan en muy diversas maneras el rumbo de la investigación.

Por su parte, las comunidades académicas expresan con base en el propio conocimiento y en sus mecanismos intrínsecos la orientación de sus agendas, líneas y proyectos. Ya sea de manera formal o en términos implícitos, los investigadores expresan sus valoraciones e intereses para el avance del conocimiento. La conciliación de tales valoraciones ante las demandas sociales constituye un reto que hoy está en la mesa de la discusión y que obliga a buscar caminos que propicien la vertebración de las diversas agendas de investigación.

La necesaria reconfiguración de la vinculación social de la investigación.

A veinticinco años de la creación del SNI parece haber un acuerdo acerca de su renovación. Sin embargo, los puntos de vista sobre dicha transformación ofrecen posiciones diversas e incluso contradictorias. En tal sentido, el ejercicio reflexivo que hoy vive la comunidad articulada en el SNI representa una doble oportunidad para decidir de manera responsable una serie de temas cruciales para todos, y para inaugurar una nueva forma de decidir a partir de la expresión libre y razonada de las ideas. ¿Qué mejor lugar que el SNI para recuperar la racionalidad académica en la construcción de las decisiones en materia de investigación?

Hasta ahora las políticas gubernamentales en México –incluidas las científicas y las de educación superior– han respondido a un esquema en el que, sin considerar el mediano y largo plazos, apenas se atiende al presente: “Pan para hoy y hambre para mañana” recuerda el viejo refranero refiriéndose a los esfuerzos que, desbordados por lo inmediato, descuidan el futuro. Acaso sea el momento de plantear una reforma en el SNI que dote a la investigación nacional de una estructura fundada en el saber y en un compromiso social de largo aliento.

Hugo Casanova Cardiel es doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (ISSUE), presidente 2010-2011 del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE).
hugoc@servidor.unam.mx.

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