lunes, 14 de julio de 2008

Pensando en las victimas




Lydia Cacho
Plan B
14 de julio de 2008
Mis hijos y tus hijas

Habría que tratar a víctimas de pederastas como si fueran nuestra familia y proteger su derecho a un futuro feliz

Si usted tiene una hija o hijo que sufrió abuso sexual infantil, no denuncie ante las autoridades; dedique su tiempo a sanar su mente, su cuerpo y su alma. Es mi conclusión luego de agotar las instancias judiciales contra Los demonios del Edén.

Cada media hora una niña o niño es violado en México. Imagine ahora que esa criatura es suya. La mayoría identifica a su abusador porque en más de 80% de los casos los pederastas son familiares, maestros, sacerdotes o conocidos. Aun cuando existen fiscalías especializadas en menores, el trato es ignominioso.

Las autoridades forzarán a su criatura para que narre nueve o 10 veces el abuso con lujo de detalles. Ministerios públicos, médicos legistas y jueces pondrán en duda la palabra de la víctima (como resultado de una cultura que durante milenios ha ocultado la pederastia, normalizándola como un asunto privado). Se someterá a las niñas a estudios ginecológicos bajo el falso precepto de que deben existir desgarres físicos visibles, negando la elasticidad vaginal y que los violadores usan condones o lubricantes. A los niños de cero a 15 años los forzarán a brutales exámenes proctológicos para expandir la zona anal, y dependerán de un médico que, sin conocimientos de victimología y sexualidad, dictaminará sobre si hubo o no penetración de objetos u órganos.

El juicio tardará entre 1.5 y cuatro años, durante los cuales el abusador podrá interponer tantos recursos como quiera y su cartera le permita. Si la víctima es una niña de entre 12 y 18 años, usted deberá rezar para que no le asignen a un juez convencido, aunque la ley diga lo contrario, de que las niñas provocan al violador y les gusta ser abusadas (el efecto Lolita). Usted deberá tener tiempo y dinero para dedicar la mitad de su vida a visitar procuradurías, médicos, legisladores, y burócratas del DIF rebasados por el trabajo y sin herramientas para ayudarle. Deberá conseguir abogados especializados en abuso sexual infantil, y que no se alíen al pederasta y sus redes de apoyo.

Usted tendrá que resolver el trauma secundario que dejan el abuso y la denuncia: miedo, depresión, angustia, discusiones producto de la ignorancia sobre el patriarcado, los mecanismos del abuso sexual infantil y los métodos para corromper menores.

Deberá usted mantener la tranquilidad para acunar a su criatura en las incontables noches de pesadillas. Ser paciente cuando llamen de la escuela porque su pequeño no se concentra, no juega ni hace tareas. Si es adolescente, podrá enfrentarse a la fuga, adicciones, anorexia o bulimia.

Buscará organizaciones civiles especializadas, y si corre con suerte, en su estado no habrán cerrado porque los gobiernos federal y local les niegan recursos. Sólo dos de cada 100 pederastas acabarán en la cárcel. Una posibilidad demasiado endeble como para sacrificar a cambio la vida de su criatura.

Habría que tratar a todas las víctimas como si fueran nuestra familia; lo fundamental es sanar su alma, su cuerpo y proteger su derecho a un futuro feliz. En cuanto a los pederastas, habrá que someterlos al escarnio público mediante los registros en internet y las denuncias ante ONG. Puede ser poco efectivo, pero no menos de lo que ofrecen los tribunales. Se nos conmina a denunciar al pederasta, pero en tanto que la justicia siga violentando a las víctimas, no hay derecho a exigir semejante sacrificio.

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